Curso acelerado de ética para políticos distraídos

Sin duda, la ética debe ser la asignatura más difícil para un político. Después de siglos de cínicos de tratados políticos y de despiadados manuales de estrategia militar, así como de las nada desdeñables enseñanzas de Goebbels sobre propaganda política, hacen difícil que la ética tenga mayor consideración que una asignatura maría.


Pero hay que tomársela en serio. Hoy en día enseñamos ética hasta a los algoritmos y a los programas de inteligencia artificial, como no va a ser adecuado para alguien que va a defender los intereses de la cosa pública.


Una de las características de las democracias representativas convertida hoy en un gran problema, es la disociación entre la esfera pública y la esfera privada. La política se debate en grandes argumentos ideológicos en lo público, pero deja para lo privado, la gestión interesada, el cálculo, el tacticismo, presuponiendo, que la opinión pública de hoy en día, tiene algo que ver con la masa analfabeta de cuando surgió este sistema político moderno. La desligitimación del sistema político y el descrédito de la política, vienen por la exasperación de lo publico y lo privado en la era digital de las redes sociales. Mentir, manipular tiene corta vida y sale caro. Sin embargo, nunca hemos tenido más propaganda -hoy conocida como fake news-, como en la actualidad. Y eso, es porque solo se necesita engañar a la opinión pública hasta que se han conseguido los objetivos. Luego ya no importa nada. Mientras voten algunos millones de personas, aunque estén hastiados, frustrados o decepcionados, y por supuesto, paguen religiosamente o ateamente sus impuestos, no hay motivo para cambiar. 

Son precisamente las categorías mentales con las que hemos sido educados, Izquierda-Derecha, Estado-Nación, Pueblo-Democracia, las que no nos dejan pensar y ver con claridad la magnitud de la tragedia. Escojemos un bando y pensamos que el nuestro es el bueno, y no es que el contrario no pueda serlo -que también- es que probablemente no haya ninguno, o lo bueno este en islas transversales que recorren a los grupos antagónicos. 

No hay políticos éticos y no puede haberlos. Al menos, por generación espontánea. El sistema no lo incentiva y por tanto, da igual la cultura política o ideología que tengan, para el ciudadano son siempre dañinos, pero seguirán defendiendo a sus afines de ideas. Todos son casta, que decía aquel. Para ser ético hay que hacer un esfuerzo titánico para no ser engullido por las tendencias corruptas o manipuladoras, y es solo cuestión de tiempo, que por desgaste o por "fuego amigo", estos auténticos héroes sean expulsados del sistema político. 

Se utilizan demasiadas encuestas de opinión en vez de análisis de datos. Los políticos no están interesados en la verdad o en la resolución de problemas, sino en la persuasión momentánea, o en la mentira descarada, cuando los objetivos son difíciles de alcanzar. Y cuando mayor secretismo mejor. Lo que no ve la opinión pública no existe, y permite al político trabajar con mayor libertad o mejor dicho, con total impunidad.

Hoy tenemos un sistema político del siglo XIX con medios de comunicación avanzados del siglo XXI. Un desfase comunicativo descomunal. Podríamos tener una democracia distribuida digital, mucho más ágil y más justa, más participativa incluso, pero a nadie le interesa.  Seguimos metiendo papeletas en una caja un día y mirando los telediarios enfadados durante los años siguientes o como mucho, insultándolos por Twitter. Este desfase es insostenible a largo plazo.

Las grandes transformaciones políticas siempre han fracasado por culpa de la dichosa ética, siempre hemos preferido matarnos unos a otros o liquidar al presunto enemigo, o incluso traicionarnos dentro del mismo grupo, antes que buscar el acuerdo. Las revoluciones comunistas, los asaltos fascistas al poder, los los gobiernos populistas, los insurgentes religiosos, se han convertido siempre en máquinas de matar y de recaptar dinero como las mafias, si uno se atiene a los hechos en vez de a las ideas. Nada de perdón, empatía, reconciliación, ni cooperación. La ideología siempre está por encima de la humanidad, de la ética. Muchas de las diferencias, que nos hacen enfrentarnos son falsas, por no decir ridículas, elaboradas por enfermos mentales llenos de rencor y frustración, que no son ningún ejemplo de la vida, que merece ser vivida, y aprovechadas por desalmados que quieren conseguir algún provecho material. Muchos de estos mecanismos son inconscientes, pero no son fatales, se pueden superar.

Hay que empezar siempre buscando amigos en el enemigo, desmontar las categorías que nos hacen ser antagónicos sin serlo, construir marcos de ideas comunes donde se dignifican las diferencias por encima de la identidad, que es plural y no hay una mejor que otra. El instinto de segregación ocurre no solo con el racismo, sino con muchas ideologías, y es siempre por miedo. Hay que abrirse a otras culturas e ideas y traducirlas a nuestro marco de referencia.

Los políticos que no intentan conciliarse con sus opuestos para conseguir gestionar los problemas de los ciudadanos, que no intentan construir puentes entre grupos diferentes para llegar a consensos que nos hagan vivir mejor, que son incapaces de hablar con los oponentes, son unos cretinos y unos aprovechados, que no merecen respeto alguno y menos nuestro voto. 

La primera cosa para que la ética funcione en la política es que no puede haber políticos profesionales. Tienen que ser personas normales, que han trabajado como los demás y que durante un periodo corto de sus vidas se dediquen a la política. Tampoco debería gobernar nadie, que no tuviera experiencia contrastada en gestión, tanto privada como  publica, y menos si no sabe idiomas. Todos los políticos deberían hacer como mínimo un Máster, que les capacitara para el gobierno, para la actividad parlamentaria, y para la comunicación pública, y donde por supuesto, la ética tuviera un papel destacado.

Se puede incentivar la ética si tenemos a gente responsable, es decir, políticos que no estén asesorados por spin doctors o por cretinos integrales del tacticismo, incapaces de distinguir una serie de televisión de su propia vida, ni en nomina de lobbies o élites conspiradoras. Y la ética se incentiva porque no hay nada más positivo que hacer el bien, el bien para el pueblo, pero para ello la escala de valores del político no puede ser la fama, el poder y el dinero, sino el aprecio de los ciudadanos, el respeto, y la consideración. Un político es un servidor publico, no es un líder sino un el principal follower del pueblo.

Mucho daño ha hecho Maquiavelo (o al menos las interpretaciones al uso) a la gestión política con que es mejor ser temido que amado o con que el fin justifica los medios. Nada más lejos. Es mejor ser amado que temido, porqué se consigue lo mejor de la gente, y algunos fines nunca justifican ningún medio.

Pero en realidad Maquiavelo, no creía en todo esto. Él era un demócrata, un republicano convencido. En la obra Discursos sobre la primera década de Tito Livio, Maquiavelo define su verdadero pensamiento político como partidario de la república y no de la tiranía propia de un príncipe. El Príncipe es una guía para príncipes, una obra de género ensayístico propio de la época, como podría ser de "liderazgo" hoy en día, un manual para ser tiranos inteligentes, no un libro de pensamiento, aunque los argumentos están basados en ejemplos históricos. Cuando hablamos de maquiavélico, en realidad, nos referimos a algunas frases sonsacadas del Príncipe y descontextualizadas, que no hacen justicia al verdadero pensamiento de Maquiavelo. Maquiavelo era anti-maquiavélico. En una ocasión dijo: 
"yo he enseñado a los príncipes a ser tiranos, pero también he enseñado al pueblo a destruir a los tiranos" 
Maquiavelo escribió el Príncipe en 1531 en la cárcel -aunque no se publicó hasta 1532-,  mientras cumplía condena por conspiración y con esta obra miraba de contentar a los que le encarcelaron e intentar recuperar su puesto diplomático, con lo que debe considerarse como una obra táctica, más que como su auténtico pensamiento. Sin embargo, la lógica instrumental que recorre el Príncipe es implacable e ineludible, desgraciada praxis de cabecera de muchos líderes políticos actuales.

Como puede leerse en el sugerente libro de Jeremy Rifkin, La civilización empática, lo que nos hace perdurar como especie, es la capacidad de cooperación mediante la empatía y la capacidad emocional. En el World Values Survey se puede comprobar una clara tendencia a la universalización de la empatía, especialmente en las generaciones más jóvenes de los países desarrollados. Y es que además la empatía encuentra su base empírica en las neuronas espejo, que son las que nos permiten el aprendizaje por imitación y que engarzan con el juego como actividad esencial del ser humano. 

La ética empieza por el reconocimiento de las virtudes morales del enemigo y por dejar de jugar al falso juego de la estrategia política, en vez de servir a los intereses reales de la sociedad. Está más claro de lo que parece lo que se debe hacer con sensatez, pero sin ética es imposible conseguirlo.


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