¿Por qué siempre nos dejamos engañar? Narraciones vs Argumentaciones

Los cuentos tienen un atractivo sin igual para el ser humano. Nos encanta que nos expliquen historias aunque sean falsas. Nos deslumbran los cuentos de hadas. Las personas tenemos una preferencia lingüística por la linealidad de las narraciones y por una comprensión causual de los hechos. Pero existen maneras alternativas para la comprensión lineal y causalista como son los gráficos, los diagramas, las explicaciones espaciales o la geometría. Platón inscribió a la entrada de su escuela "que no entre nadie que no sea geometra". La abstracción del pensamiento está más relacionada con el espacio que con el tiempo. Incluso los grafos o los hipertextos configuran recorridos de lectura múltiples donde se rompe la linealidad. En general, el pensar no es lineal y es abstracto, otra cosa es la explicación.

Hay que distinguir entre la narración y la argumentación. Una narración como la historia escoge una serie de hechos o datos nucleares, y al relacionarlos los interpreta. Los hechos no son incontrovertibles, no son puros, son interpretables. Siempre existen en un contexto lingüístico y cultural determinado que limita su utilización y comprensión. Un hecho nuclear puede ser cierto (técnicamente diríamos que existe un consenso de verdad para el grupo social interesado), pero más de uno ya no. Podemos estar de acuerdo en que "Franco ha muerto", a pesar de que algunos lo intenten resucitar, pero hablar del origen o de las causas de la Guerra Civil, ya es otra cosa. Muchos manuales suelen hablar del momento en que "estalló la Guerra Civil", como si fuera un fenómeno natural inevitable donde no vale la pena hablar de las causas, ya que los volcanes explotan, que importa porque. Pero lo cierto, es que depende de si se hace hincapié en el levantamiento de un militar ex republicano llamado Franco o en el asesinato de Calvo Sotelo por parte del guardaespaldas de Indalecio Prieto (PSOE). Depende que es lo que consideremos causa o efecto. Cada grupo social, cada nación, cada ideología, cada partido, construye su propia historia relacionando hechos atómicos en una narración genealógica desde el presente hacia el pasado, para legitimarse o reivindicarse. Pero eso no tiene nada que ver con la verdad. Los grupos sociales asumen esos discursos como verdades absolutas porqué son coherentes, son narraciones que tienen un principio causal y un efecto conclusivo. La ciencia histórica es mucho más prudente con el sesgo doctrinal e intenta aislar paradigmas culturales históricos sin explicarlos con categorías del presente. No puede hablarse ni de España, ni de Cataluña antes del siglo XIX. Hay que ser muy cuidadoso con las discontinuidades históricas y culturales, y no aplicar nuestros códigos interpretativos de nuestro presente social al pasado o a otros grupos sociales.
Plaza Cataluña en el inicio de la Guerra Civil en Barcelona. Foto de Agustí Centelles.
Pero eso no es todo. Frente a la simple narración emotiva de hechos, el pensamiento siempre ha exigido tener una argumentación sólida. La argumentación racional se basa no solo en la conexión de hechos, sino en la corrección formal del razonamiento, en que partiendo de enunciados consensuados podemos llegar a conclusiones ciertas. La lógica del razonamiento se puede utilizar para engañar, pero entonces tenemos lo que se llama una falacia y es fácil de reconocer (lo hemos tratado antes en Los tipos buenos o como se crea una falacia). De lo contrario, tenemos una estructura de significado en la que apoyarnos para desmontar narraciones falsas, engañosas o débiles y llegar a conclusiones ciertas. A una narración solo le puedes oponer otra narración y no hay negociación posible, en cambio, en el terreno de la argumentación, cuando alguien es capaz de contra-argumentar, tiene que aceptar los argumentos del contrario. Los discursos se hacen a prueba de preguntas y hechos contrafácticos, sólo aceptan followers y fanáticos. En definitiva, conmigo o contra mi, pero no se razona. 

Muchos no han entendido, que la Guerra Civil no es nuestra guerra, fue la de nuestros abuelos. Ni el franquismo fue como el nazismo, ni la República fue la maravilla que muchos fabulan que era. Nuestros abuelos se mataron por conseguir un socialismo estalinista o un falangismo hitleriano, pocos deseaban en realidad una democracia y la República murió, porqué nadie la quería. Y los equidistantes, los altruistas, los pragmáticos, los realistas, los comprensivos, los dialogantes, los tolerantes, los conciliadores, que en un tiempo sustentaron la paz, fueron barridos por los dos bandos. La confrontación de bloques en Europa empezó en España. No creo que ninguno de los nietos actuales quisiera ni una cosa, ni la otra. La estructura social es bien diferente ahora. Nuestros retos y nuestros conflictos son otros, y el dolor por la perdida de nuestros antepasados, es exactamente el mismo. Sin perdón, no hay futuro, como ejemplarizó Mandela. La transición fue posible porque la gran mayoría de personas de los dos bandos de nuestro conflicto nacional, comunistas y franquistas, decidieron reconciliarse. Puede que la constitución material no coincida más ya con la constitución formal actual, pero si no razonamos y dialogamos, el único ajuste de esa diferencia de fuerzas será otra vez la guerra. Nos engañan cuando nos cuentan la historia los que no la han entendido, ni vivido. Busca tus propios argumentos. Piensa antes de sentir. Solo importa el futuro.


(Foto del encabezado © de Ricard Martinez que ubica actualmente la foto de Agustí Centelles de un Guardia de Asalto en Barcelona en la calle Diputació con Roger de Llúria el 19 de julio de 1936 durante los inicios de la Guerra Civil)

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