La Dis-Función del Hombre

No hemos empezado a reconocer cuanto sudor masculino y cuanta tosterona hay en la Historia de la Filosofía. 

Estamos aprendiendo a desprendernos de nuestro falocentrismo agonizante, en pequeños gestos. Ahora nos abrimos ante las nuevas posibilidades de un discurso no represivo de lo femenino, o de lo mujer. Pero aún no hemos empezado a entender los cambios profundos, la historia subterránea de otra filosofía, de otro pensamiento, de una apertura a nuevos valores, que subvierten la familia victoriana y burguesa, así como desconfían de la promiscuidad sin responsabilidad, como otro umbral donde empieza una producción libertina de poder social. Aún no hemos empezado a denunciar a los Aristóteles “salvo excepciones antinaturales, el varón es más apto para la dirección que la hembra”, (La Política, p22, 1259b), a los Tomas de Aquino “la mujer es un hombre imperfecto”, a los Schopenhaurer “la mujer es un animal con los cabellos largos y las e ideas cortas”, a los Kierkegaard o a los Sade. Aun no hemos empezado a aceptar, nuevas prácticas, a aceptarnos. Ya no somos tan hombres. Y no da miedo decirlo.

No hemos perdido mucho, sin embargo. Un poco de orgullo, un poco de seguridad. Pero continuamos enteros y fálicos. Nuestro corpus filosófico, ha expulsado a las mujeres. Desde Sócrates, “mi arte de partear tiene las mismas características que el de ellas, pero se diferencia en el hecho de que asiste a los hombres y no a las mujeres” (Platón, Teeteto, en Diálogos, V, Gredos, p189). Sólo con vuestra lucha (mujeres), podemos reinscribirlas en una historia, que las oprime y que les dejó sin palabra.

Hay que reflexionar sobre ese origen socrático de la filosofía, que prometía ser feminista. De lo que pudo ser y no fue. Sócrates, como hijo de comadrona, utiliza la mayeutica (literalmente obstetricia), como método de diálogo filosófico para extraer las verdades de sus interlocutores. El dolor del parto, la ayuda a dar la vida, ese lado femenino, fue completamente borrado por Platón, iniciando una filosofía fálica, de confrontocación dialógica y no de ayuda nutriente como Sócrates. La historia discontinua y eruptiva de textos femeninos tiene, que servir exactamente para deconstruir la historia del Saber Absoluto, “del espíritu que se sabe a sí mismo como espíritu” (Hegel, Fenomenología del Espíritu, p473), o dicho de otra manera, del falo autoconsciente. Para desmontar la dialéctica, que encuentra al final, como producto, “la meta” (Ibidem), el Saber Absoluto, el onanismo masculino en sí y para sí. Misoginia historicista. Muchos abogamos por una dialéctica sin finalidad, ateleológica. 

La Función-Hombre, como lo masculino, como masculinidad estructurada como cultura dominante, es lo que algunas llaman androcentrismo, más allá del puro patriarcalismo cultural. Es el reconocimiento de que hay algo que no funciona en el hombre, en lo hombre. La dis-tancia de la Función-Hombre, la dis-función del Hombre, es la toma de conciencia de que cuando uno más cree ser, Ser-Hombre, más atrapado está por el Poder-Ser.

La dis-función está en la funcionalidad propia de funcionar con el rol de la masculinidad cultural. Ser-Hombre no es una identidad, es una función, por tanto, es una identidad artificial, es una diferencia construida siempre en relación a otro género, pero al no ser íntimamente propia, es posible cambiarla. De hecho, se cambia. Muchos hombres no actúan según la Función-Hombre, sino según la función-Mujer. El despliegue y las implicaciones de la Función-Hombre son enormes.

La Función-Hombre se construye en primer lugar, con la segregación de la mujer al ámbito de la reproducción económica y sexual, pero es evidente que la mujer utiliza lo Mujer, como conjunto de prácticas y discursos ginocéntricos o propiamente femeninos, en contra de las estrategias de opresión masculina. La mujer es un contrapoder, que actúa autónomamente mediante una autovalorización colectiva, alternativa, transformando las relaciones sociales.

El discurso de la mujer es reciente, porqué simplemente, ha sido impedido durante la hegemonía patriarcal. En eso los filósofos hemos tenido mucha culpa, de modo, que la identidad y el sexo de las mujeres, siempre han sido descritos según el punto de vista masculino: “la mujer es, constituiría la mira, el objeto y la trama de un discurso masculino” (Irigaray, Speculum de l’autre femme, p9). La mujer es un debate entre hombres, excluida a participar de la teoría de su propia identidad, que es aún hoy una tarea social pendiente. Añade “la mujer carece de identidad propia, solamente existe como espejo que refleja la mirada masculina de ella” (Ibidem).

Así, Irigaray sostiene que la construcción de una identidad propiamente femenina tiene dos líneas de acción principales: el lenguaje y el cuerpo. No niego que este momento identitario, puede ser necesario y conveniente en el caso de la mujer, pero tenemos que ir con cuidado con las filosofías de la identidad, ya que tienen ambiciones totalitarias. Son recaídas en Hegel. Sería una Mujer-Absoluto sustituto del Hombre-Absoluto, una sustitución de poder, no una nueva articulación equitativa de poder. Seguimos pensando, que las filosofías de la diferencia ofrecen, mayores ventajas de cara a la emancipación, porqué no están basadas en la exclusión. Al final, la identidad lleva a un feminismo sin hombres. Pero es cierto, que ampliar la fase de resistencia y reivindicación, puede ser necesario, ¿pero por cuanto tiempo? La resistencia no tiene fin. Como las redes de solidaridad de mujeres, el desarrollo del concepto de Madre, la historiografía feminista, la reconstrucción de las prácticas de femeninas, la deconstrucción feminista del Corpus Filosófico, la desarticulación de arquetipos femeninos compatibles con la economía global.

La mujer fue completamente borrada del corpus filosófico. La primera mujer filósofa, que tenemos conocimiento en la historia de la filosofía, fue Aspasia de Mileto (470-410), mujer de Pericles, quien fue maestra de Sócrates, y probablemente fue una etera, una cortesana de lujo, precio que tuvo que pagar para acceder a los círculos culturales. Otros nombre borrados del corpus: Caterina de Alexandria, Hipatia de Alexandria, Teresa de Avila, Hildegarda de Bingen, Heloisa de Paraclit, Christine de Pizan Marie de Gournay, Mme. De Sevigné, Olympe de Gouges, Mary Wollstonecraft, Flora Tristan, y un largo etcétera mucho más reciente. Nombrarlo y enumerarlos es restituirles un lugar.

Recordemos Seneca Falls (1848) o Declaración de los Sentimientos, donde se propone la revocación de toda ley, que impida la igualdad de la mujer. Es muy cómodo seguir olvidándose de la mujer para hacer filosofía, no cuestionarse la historia de los vencedores, ni intentar invertir la jerarquía del género. Existen inversiones tan interesantes como la Hanna Harendt, alumna de Heidegger, que sustituye el ser-para-la-muerte, por el ser capaz de hacer-nacer, ser-para-la-vida, una dimensión completamente rompedora con la metafísica occidental y su seguridad. El parto, es el riesgo como filosofía, que deja de lado la seguridad del Ser. Es la filosofía de la refracción en vez de la reflexión, porque no refleja la luz de la realidad, sino que la transforma.

El sesgo de género aparece de dos maneras: como sexismo o ideología de la inferioridad de uno de los sexos, históricamente el femenino, y como androcentrismo o punto de vista parcial masculino que hace del varón y su experiencia la medida de todas las cosas (..) Utilizar la categoría crítica de género significa mucho más. Entre otros elementos de análisis implica una teoría de la construcción social de las identidades sexuadas e, insisto nuevamente, una teoría de las relaciones de poder entre los sexos y una voluntad ética y política de denuncia de las deformaciones conceptuales de un discurso hegemónico basado en la exclusión e inferiorización de la mitad de la especie humana. Género alude a la relación dialéctica entre los sexos y, por lo tanto, no sólo al estudio de la mujer y lo femenino, sino de hombres y mujeres en sus relaciones sociales. Si la célebre frase de Simone de Beauvoir es 'no se nace mujer, se llega a serlo', hoy los estudios de la condición masculina con una historia más breve y, consecuentemente, menos desarrollados que los estudios feministas afirman 'no se nace hombre, se llega a serlo'. Aplicando el concepto de género, analizan críticamente la construcción histórico-social de la masculinidad, abriendo nuevas perspectivas tanto teóricas como prácticas. Los estudios de género incluyen, pues, este examen crítico de la identidad viril, de sus actuaciones y sus símbolos, examen que tiene su origen teórico en la hermenéutica feminista. “ (Puleo, A.H, Filosofía, género y pensamiento crítico, pp4-5).

Estamos de acuerdo, en que es primordial tanto el análisis como la práctica relacional, en que se estudian y se abren las relaciones entre géneros. El ejercicio de una sexualidad dominadora y la cultura que se deriva, manifiestan la auténtica dis-función del hombre, genetalizadora, virilizante y violenta. Des/Ser-Hombre no le convierte a uno en una mujer o en un sexo en tránsito, es el coraje de desprenderse de uno mismo para escapar a los mecanismos de poder de la guerra de género. Hay que dejar paso a lo mujer, como discurso diferenciante y como dislocación práctica, que reinscribe las relaciones familiares. No puede haber discurso creíble del futuro, sin abrirse a las nuevas formas de incorporar el Ser-Mujer en la constitución de lo real.

Escuchar a la mujer, desprenderse de lo inconveniente y colaborar en la construcción conjunta de nuevas relaciones entre géneros. Deconstruir el machismo y el androcentrismo a nivel personal y social, ir contra el nosotros, que no somos, que ya somos menos, que ya no queremos por más compartir, no más violencia contra la mujer, no más desigualdad, y mucho menos poder. Sin miedo, hay que ir compartiéndolo, disminuyéndolo. Ir contra la Dis-Función-Hombre, que no queremos ser más. Atacar la función hombre, que nos asfixia y las asfixia. Tenemos mucho que ganar y nuestro hijos/as, más. Y es que los hombres, simplemente no hablamos de los hombres, no nos hemos convertido en problema, no hemos hecho autocrítica de nuestros monstruos, de nuestra colonización doméstica. ¡Ya es hora! Eso es lo que podemos hacer los hombres por el planteamiento de unas nuevas relaciones de género familiares/sociales. Como dice Sloterdijk “es hora ya de poner en marcha un nuevo dialogo ente los niños de mamá y las niñas de mamá” (Venir al mundo, venir al lenguaje, Pre textos, p90).

¿Como llamaríamos a esta praxis cooperativa? ¿Feminismo copartícipe? ¿Metafeminismo?


(Escrito en 2005, publicado en conmemoración del 8 de marzo de 2018)

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