Gauguin y la innovación disruptiva

La Luna y seis peniques es una novela corta, muy recomendable, del escritor inglés William Somerset Maugham (París, 1874 - Saint-Jean-Cap-Ferrat, 1965). Publicada en 1919, narra la historia del financiero Charles Strickland, quien abandona a su familia para dedicarse a la pintura en Tahití. Allí, en medio del exotismo tropical, Strickland refleja las aventuras y desventuras del pintor francés Paul Gauguin (1848-1903).

Si el prototipo de creador de Ayn Rand, Howard Roarke,  es el artista puro que preserva su obra incorrupta, Gauguin era un desinteresado, un onanista artístico, que pintaba para sólo para sí mismo, pintaba por el simple placer de pintar. Gauguin pintaba sobre sus propias pinturas, porqué no podía comprar más lienzos, pintaba en paredes y sobre cualquier superficie. La critica y las convenciones sociales le traían sin cuidado.  Al final de su vida, llegó a quemar varios de sus cuadros. No pretendía trascender con su obra. Le daba igual el reconocimiento. Su obra era su vida. Vivió como quiso, pero no fue feliz. Sin embargo, para nosotros es uno de los genios del arte.

Gauguin  utilizó el arte para buscar sensaciones primigenias, buscar lo auténtico, ese carácter infantil, salvaje e inocente, alegre y creativo, lleno de colores. Se fue alejando del impresionismo inicial, a través de diversas influencias y estilos como el primitivismo, el simbolismo, el cloisonismo o el sintetismo. Vivía con la idea de recuperar el paraíso perdido y, aunque no pudo encontrarlo nunca, sus cuadros y los lugares en los que se afincó, le acercaron algo. Estuvo experimentando constantemente con estilos y técnicas, pero su carrera de artista solo fue posible en virtud de una gran rotura vital.

Hablamos del amargo abandono de su familia, su mujer y cinco hijos, después de once años de vida convencional de clase media, para poder dedicarse a su sueño, a tiempo completo. Tras haber amasado una fortuna como agente de bolsa en muchos años, se fue a la quiebra con el hundimiento de la bolsa de París de 1882. Intentó rehacer su vida como vendedor en Dinamarca, de donde era su mujer. Y acabó fracasando estrepitosamente. Empezó a dedicarse a la pintura a tiempo completo y se volvió sólo a París en 1885. En París vivió en una completa penuria, pero su vida no mejoró demasiado, siempre estuvo llena de dificultades y enfermedades, incluso en la busqueda del paraíso terrenal en la Martinica y en las Islas Marquesas.  

En 1897 realizó su obra maestra ¿De dónde venimos, qué somos, dónde vamos? (Museo de Bellas Artes, Boston, EEUU),  en su peor situación vital. Estaba hundido. Su delicada salud se deterioraba con el avance de la sífilis, también tenía un herida en la pierna, que no se curaba y además contrajo la lepra. Se sentía abandonado por los marchantes de arte de Francia y apenas podía sobrevivir con el dinero del que disponía. La noticia de la muerte por neumonía de su hija Aline, agravó la depresión de Gauguin, y trató de suicidarse tras acabar el cuadro. Ingirió una gran cantidad de arsénico, tanto que vomitó y se salvó. Esta obra se pintó a contrarreloj pensando que sería la última. De alguna manera, quería que fuese su testamento pictórico, su obra definitiva. 

Es una obra simbólica y compleja, pero pintada con sencillez, de las edades de la vida. La mejor pista es observar las miradas encontradas.
Los tahitianos han inventado una palabra “No artu”, que significa “Me trae sin cuidado!”. Aquí equivale prácticamente a una serenidad y naturalidad completas. No tienes idea de cómo me he acostumbrado a esa palabra. Con frecuencia la digo… y la comprendo. (Gauguin, carta a Georges Daniel de Monfroid, 7 de Noviembre de 1891).
Gauguin, nunca hubiera sido lo que fue, sin la renuncia a una vida acomodada como la que había tenido. Su forma de vivir sin concesiones, le permitió explorar opciones pictóricas, que son un ejemplo de innovación. Su evolución conceptual, hacia la sencillez, sin llegar a la abstracción, nos describen ciertos límites del arte, hasta los que nadie había llegado. Su misma vida, a pesar de todo, fue una obra de arte. Su pensamiento y su vida "fuera de la caja", le permitieron realizar una innovación disruptiva, aunque pagando un alto precio. Gauguin deconstruyó el impresionismo y creó estilos nuevos. Usó la innovación deconstructiva que propugnamos en Más allá del Design Thinking: la Innovación Deconstructiva. Si no tienes la visión y la pasión, si tu camino no está vacío de distracciones, si no estas obsesionado con tus ideales y dispuesto a todo, no sabrás nunca lo que tu obra puede ser. Más vale no empezar.

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