Esto no es un texto

No me gusta Twitter, aunque lo uso. Es un servicio para gente que no sabe de lo que habla y que escribe muy poco, para otros que no le leen casi nada: la ilegibilidad de Twitter es inversamente proporcional a su escribilidad, es decir, la aletoriedad o la oportunidad de la lectura, es opuesta a su facilidad de escribir. Pero más allá de mi opinión personal, hay que reconocer que la escritura, la manera de escribir, ha cambiado enormemente en los últimos años. 
Ni esto un texto...

En la era digital, la escritura parece un suplemento de la imagen. La escritura alfabética se minimiza, se abrevia y sustituye las explicaciones por referencias externas (hipertextuales). Asistida por diccionarios en línea y correctores gramaticales,  escribir bien no es un reto,  pero escribir algo diferente, creativo, lejos del karaoke habitual, eso sí es auténtico. Se convierte en microescritura.

Lo que más ha cambiado es el soporte de la escritura y el contexto de la enunciación. Del papel a la electrónica, del libro y el periódico al twitt y al blog. La microescritura se impone. Sin embargo, tenemos una descomunal inflación de información, repetida e inútil (lo que llamo karaoke). Por eso es sabido que el algoritmo de Google premia los textos no repetidos. Pero si ha cambiado la escritura, mucho más lo ha hecho la lectura. La lectura se ha convertido en aleatoria. Hemos pasado de una lectura lineal que consume mucho tiempo, a una lectura aleatoria mucho más rápida e hipertextual, donde sólo se garantiza la recepción de mensajes importantes en virtud de una gran redundancia, capaz de abrirse camino entre el descomunal ruido de los canales de comunicación. ¿Y que hay del habla? Se habla menos, mucho menos.



La escritura en su origen fué un producto de la burocracia estatal con enormes y sorprendentes implicaciones socio-culturales. La ley escrita se constituyó para organizar la sociedad por encima de las costumbres. Sin embargo, la escritura ha sido siempre considerada como un suplemento del habla, como una mera copia, un método para memorizar los testimonios humanos. El habla se produce cuando alguien pronuncia algo en tiempo real, se la considera como la presencia misma, es considerada como lo auténtico, la representación de la identidad del ser. La escritura alfabética es, en cambio, la ausencia, la negación de la presencia, el autor ya no está presente. La escritura es huérfana de su origen y comete un parricidio, sólo puede existir con la posibilidad que escritor y lector hayan muerto. El habla es a la vida, lo que la escritura es a la muerte. Este privilegio del habla, esta centralidad de la escritura reprimida, como represión de la pulsión de muerte, se llama logocentrismo. Debido a estas creencias, la cultura Occidental (a diferencia de la cultura Oriental), ha despreciado siempre el significante (la representación gráfica) respecto al significado, como lo verdadero. Esto es un idealismo que ha reprimido las posibilidades materiales de la escritura y lo que entre otras cosas, nos ha sumido socialmente en la angustia existencial, característica de la cultura judeo-cristiana, por diferir indefinidamente el concepto de muerte, al pensar falsamente, que el habla como identidad esencial, le confiere la completa posesión del presente, cuando en realidad, la ausencia está también presente en el presente y la posesión es, en realidad, completamente fugaz. Vivimos en un mundo escrito, donde vida y muerte conviven.


Matrix

La escritura digital sigue aún completamente dentro del logocentrismo, pero sin duda, algo está cambiando. Está mutando la relevancia del habla en favor de la escritura. La realidad deja de ser el ámbito seguro de la presencia, para ser el lugar de la sospecha de Matrix. La virtualidad es tan importante como la realidad y ambas se entremezclan. Sin embargo, las oposiciones como hablado-escrito, verdadero-falso, etc., siguen muy arraigadas. Dominan nuestra concepción de la realidad, propia del logocentrismo, propia de ese idealismo de la presencia (técnicamente metafísica de la presencia) de la cultura occidental, que nos da tanta seguridad, y controla nuestro sentimiento de culpa. El arquetipo conceptual de un ying yang oriental, como una dialéctica sin superación, como una interconexión de los contrarios, como dinámica del desprendimiento de la identidad en favor de la diferencia, se presenta más sabio. Sin embargo, ese tímido cambio en la escritura, esa nueva relevancia del significante, especialmente de la imagen, no es una inversión completa del logocentrismo, por otra parte imposible, es un movimiento hacia una metafísica de la presencia light, preparada para consumirse como un fast food. Fragmentaria, insegura, fugaz. Hoy tenemos un habla débil, pero aún determinante, frente a una escritura mínima, microescritura, apoyada casi siempre por imágenes. Una existencia consciente de su falta de plenitud, pero sin ningún sustituto, ni Dios, ni el Ser, ni el Saber Absoluto, deteriorada por una ausencia omnipresente, por la presencia de la vida ya vivida o no vivible, que transmiten las imágenes desprovistas de habla y los vídeos que la sustituyen. 


El Gugen, un ejemplo de deconstrucción en arquitectura

El mayor filósofo del siglo XX, Jacques Derrida (ver Wiki), ideó un método de interpretación de textos, una estrategia de lucha conceptual, llamada deconstrucción, consistente entre otras cosas, en invertir el proceso de construcción de un texto, desmontándolo pieza por pieza desactivando las oposiciones jerárquicas, propias de la idealista metafísica occidental. La deconstrucción derridiana tiene en cuenta la diferencia entre significado y significante, e incluso dentro de esos mismos elementos, relativizando la referencia última de los significados y difiriendo en el tiempo la imposible inmediatez de toda presencia prestada por el significado, más que basarse en la identidad, ese mecanismo totalitario de la represión de la diferencia. La deconstrucción intenta revelar la diferencia que hace posible la aparición de las oposiciones binarias, de la identidad y su contrario.

Esta es una llamada a deconstruir la escritura digital, como perpetuadora de esa metafísica de la presencia light. Es una tarea necesaria que no puede olvidarse y menos demorarse. Seguimos poseídos por oposiciones binarias del lenguaje, que nos sujetan a una determinada concepción idealista de la realidad y que nos hace socialmente injustos e infelices. 


¿Qué significa que pueda decir "esto no es un texto", cuando lo es? Quiere decir qué el lenguaje sirve para hablar incluso de sí mismo, sea verdad o mentira. Por eso los lingüistas diferencian entre el uso (ejemplo, 'Hola que tal') de una palabra (o frase) y la mención (ejemplo, '"hola" se escribe con h') El lenguaje no sirve para decir la verdad, pero comparando enunciados y utilizando la lógica, puede deducirse si algo es falso. Entonces este texto es un texto que se refiere a sí mismo, es una autoreferencia, cuya veracidad está fuera del enunciado. La coherencia de un texto no tiene nada que ver con la verdad.




Precisamente, la oposición verdadero-falso es fundamental en la escritura digital, ya que nunca fue tan fácil falsificar algo o repetirlo, sin embargo, en Internet se suele pensar que todo twitt es verdadero y que toda fuente de información es veraz. Los hoax nunca habían proliferado tanto. Este dominio de la verdad oculta, este poder de lo falso, esta capacidad de imponer narraciones falsas con facilidad, debe hacernos cambiar nuestra manera de leer y escribir, para liberarnos de esta concepción de la vida reduccionista y malintencionada. Pero no podemos volver a la escuela, allí aún no enseñan nada para este nuevo mundo. ¿Y nuestros hijos? Pues si antes se decía que la vida se aprendía en la calle, hoy afortunadamente, se hace en la calle de los videojuegos. Ya lo he dicho: esto no es un texto.

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