La fórmula infalible de la felicidad

No puedes ser feliz. No se puede. Simplemente no es posible. Quizás no lo sabías, pero es así. Siempre te habían dicho, que lo importante era ser feliz. Y te lo decían tus padres, unos infelices más allá de lo que podías sospechar. Si no puedes ser rico o tener salud, al menos, se feliz. Es lo más importante. Pero no se puede, en realidad no. No hay fórmula mágica. Nadie sabe como. La búsqueda de la felicidad es un callejón sin salida, un camino lleno de autoengaños y de narraciones poderosas, que nos atrapan.

No se puede buscar la felicidad, solo se puede hacer feliz a los demás. A los otros. Por eso, te lo repetían tus padres, porqué ellos querían, que fueras feliz y -en la mayoría de casos-, hicieron todo lo posible para que lo consiguieras. Puedes estar satisfecho o contento, pero no feliz. Individualmente, en tu soledad interior, no puedes ser feliz. Somos animales sociales, de hecho, somos redes de cerebros, redes de conexiones emocionales e intelectuales. Uno mismo, no puede buscar la felicidad, solo puede provocarla. Podemos ser felices en la medida, que al hacer a otros felices, nos devuelven algo de su felicidad, pero tu felicidad depende de los demás. Y la de los demás de tí. La felicidad se contagia y se comparte. La felicidad está en la relación en sí misma, no en ninguno de los dos extremos. Es como la electricidad, que pasa por un cable. Es una emoción intensa, pero evanescente.

La felicidad es algo diferido, no es algo presente. No es el placer, no es la alegría, no es el deber. Es un mecanismo complejo. Ni demasiado rápido, ni demasiado lento. Ni mucho, ni poco, ni el justo medio. No se puede apresar en un momento, no se puede planificar. Felicidad es cerrar el círculo de la emoción, de la conexión con otros. No es un estado, es un proceso dinámico, que consigues cuando la acción para ser feliz ya no está. La felicidad es la conciencia de la vivencia de la felicidad, la reflexión sobre el periodo vivido de lo feliz. Es cuando lo que ha fluido, se congela en el recuerdo. Sin memoria, no hay felicidad. Es la diferencia entre el existir y el ser. Entre el ser para sí y el ser con otros.

Al igual que la conciencia, es una doble dualidad. Somos conscientes porqué somos capaces de reflexionar, de mirarnos mentalmente a nosotros mismos desde fuera, como si nos viéramos reflejados en un espejo. Esta dualidad es primero interna y luego externa, es una doble prueba. Primero hay que ser autoconsciente mediante la reflexión subjetiva, y luego ser consciente mediante la intersubjetividad. Sin el testimonio de otros, sobre nuestra existencia, sin nuestra huella en la alteridad, sencillamente no somos. Sólo existimos como seres vivos. Con la felicidad ocurre lo mismo. Al igual que la reflexión, la felicidad es un movimiento dual. De la acción de uno a los demás y de la reacción hacia uno mismo.
La felicidad es un doble proceso dual
En la historia de la filosofía la felicidad es un tema recurrente. No diremos central, pero pocos autores se han escapado de contribuir con sus pensamientos. Existen múltiples acercamientos, pero todos coinciden en lo mismo, en que es un concepto del individuo. Todos, hasta llegar a Lévinas.

Para los griegos clásicos la ataraxia o ausencia de problemas, se identificaba con la felicidad. La felicidad no consistía en conseguir la riqueza material o en cumplir los sueños, sino en la liberación de las pasiones negativas y de los problemas. Para el hedonista Epicuro, la ataraxia se basaba en la búsqueda moderada del placer. Epicuro considera, que la paz interior que permite la felicidad, resulta de la serenidad ante el control del miedo y al evitar las penurias. Socrates pensaba, que la felicidad era algo individual, que uno la conseguía sólo mediante la virtud, siendo una persona éticamente responsable y correcta. Para Aristoteles es la autorealización personal, el alcanzar las metas propias del ser humano. Spinoza considera que la felicidad reside en ser uno mismo, en lo que a uno le hace crecer. Nietzsche consideró la felicidad como el sentimiento, que acontece cuando una dificultad ha quedado superada. Incluso Kant llega a considerar la falta de universalidad de la felicidad, con lo cual la ética no puede basarse en ella. Esta evolución histórica del concepto de felicidad, marca el sentimiento generalizado en nuestra cultura de la felicidad como autorealización, como el camino individual hacia la consecución de la propia satisfacción, mediante la obtención de recursos materiales.

Vivimos en un mundo donde la felicidad se confunde con la posesión y el consumismo. Algunos piensan, que el status les entregará la felicidad. Y no. Vivimos en una sociedad narcisista, como explicó Freud en El malestar en la cultura, la felicidad está vinculada al amor a sí mismo, al culto de la propia imagen, a la sublimación del placer en la fama, en la posesión material y en el apego emocional a otras personas. Formamos parte de una cultura egocéntrica, basada en la confrontación, más que en la competencia. Muchos ni siquiera buscan la felicidad, prefieren la gloria o la fama y se dejan llevar por la ambición. La felicidad exige la aceptación de la mundanidad, el no destacar, la huella pequeña.

Lévinas fallecido en 1995, cambió toda la perspectiva del pensamiento Occidental sobre la felicidad, a partir de su reacción teórica contra la catástrofe humana, que representó la Segunda Guerra Mundial y el exterminio nazi. Su pensamiento sigue siendo hoy más válido que nunca. Su idea engarza en la tradición, pero la disloca. Se podría resumir reutilizando sus palabras: "El existir puro es ataraxia, la felicidad es realización" y la realización personal sólo puede conseguirse en relación con los demás. Necesitamos de la presencia del otro, para poder realizarnos como personas. Y en esta relación interpersonal, vamos adquiriendo el sentido de nuestra existencia. Lévinas añadía además, que el ser humano tiende a la búsqueda de Dios, de un ser absoluto, que nos lleve a la felicidad eterna y a la realización de nuestra vida. En este punto discrepamos. La tendencia al absoluto es humana, pero es un concepto totalitario innecesario, que lo único que consigue es el sometimiento de los seres humanos. La búsqueda del absoluto está reñida con el reconocimiento de la finitud humana y el ejercicio de la humildad, necesarias para la cooperación.

Hay que tener claro, que no vivimos solos, que no somos una isla en la cual lo único que importa es el yo y su felicidad. Debemos darnos cuenta, que la felicidad la adquirimos teniendo una relación interpersonal. Sea de amor, fraternidad o solidaridad. Nos constituimos como persona completa en el reconocimiento del otro, para lo cual primero debemos ser personas maduras en nuestro modo de actuar y de relacionarnos. Se tiene que constituir primero el yo, para poder recibir al otro. Tenemos que ser primero responsables con nosotros mismos, para servir y reconocer a la alteridad y así mismo comprometernos con la justicia que exige. Una importante constatación de Lévinas, es que la relación del otro con el yo, se da a través del lenguaje. Este por tanto, no sólo un vehículo de comunicación, sino de acción comunicativa, de relación ética. Es la responsabilidad con el otro.
Emmanuel Lévinas, experto en felicidad
En el extremo teórico antagónico de Lévinas, podríamos encontrar a Bentham. Aunque es del siglo XVIII, no deja de ser un paradigma teórico de como funciona nuestra sociedad narcisista. Bentham, representante de la corriente del utilitarismo, propuso la felicidad como cálculo individual. Mucho del narcisismo y del consumismo actual, parte de una ética instrumental. Bentham fundamentó una nueva ética, basada en el goce de la vida y no en el sacrificio, ni el sufrimiento. El objetivo último era lograr "la mayor felicidad para el mayor número". Introduce esta perspectiva colectiva, ya que la gestión instrumental no puede hacerse sin aprovecharse de los demás, pero la felicidad sigue siendo algo eminentemente individual. Habla de un cálculo felicítico e intenta dar un criterio, para ayudar a los demás en la búsqueda de lo útil. Para ello, realiza una clasificación de placeres y dolores. Los placeres son medibles bajo siete criterios: 1) intensidad; 2) duración; 3) certeza; 4) proximidad; 5) fecundidad (situación agradable que genere más placer); 6) pureza (ausencia de dolor); 7) extensión. Sólo se consideran los intereses ajenos, en la medida que generan un beneficio. A esta ética instrumental, Lévinas le opone una ética de la responsabilidad y de la reciprocidad. Al egoísmo calculador propio de nuestra sociedad violenta, se opone el desinterés, el altruismo y la cooperación pacífica. 

No existe un antónimo de cálculo. De cálculo como operación númerica. Lo contrario de cálculo se vincula a términos negativos como divagación, imprecisión, imprevisión, impulso, irreflexión, vaguedad, etc. Esto se debe al criterio predominante de nuestra sociedad ingeniera. Lo contrario de cálculo en positivo sería: intuición, estimación o incalculable. Conseguir un resultado semejante a la operación sin hacerla o no hacer nada. A nivel humano, lo contrario de una persona calculadora es una persona generosa. La felicidad tiene su base en la falta de cálculo, en la renuncia a la utilidad. En la medida en la que no calculamos nuestras emociones, podemos ser felices.
Sin memoria, no hay felicidad
Las teorías de Lévinas parecen confirmarse según un estudio reciente. El más amplio hecho hasta el momento sobre la felicidad, realizado en la Universidad de Harvard por Robert Waldinger. Se concluye categóricamente, que las relaciones personales son fundamentales para la felicidad. Precisamente, señalan 3 características para conseguirla: 1) relaciones cercanas; 2) relaciones de calidad, no en cantidad; 3) matrimonios estables, que se apoyan el uno al otro. 

Las personas no pueden estar desconectadas entre sí, de lo contrario, caen en desgracia. Los famosos experimentos con ratas del profesor Alexander demostraron, que las adicciones se producen por falta de comunicación. Cuando alguien está entretenido e integrado en un grupo, no suele tener adicciones o estas desaparecen milagrosamente. La felicidad no existe sin relación. El solipsismo y la misoginia, conducen el individuo hacia la melancolía, la nostalgia y la ansiedad en general. O también a conectarse con máquinas o con cualquier vicio. La desconexión es infelicidad. Sin conexión somos como peces fuera del agua.

El profesor Zander también nos ha demostrado de manera práctica, como conseguir la felicidad. Transmitiendo pasión. Provocándola. Conectando. Ayudando a conectar. Sólo cuando ves brillar los ojos de la gente, que te rodea y que aprecias, por lo que les has dicho o les has hecho, sólo entonces, sabes que son felices y tu puedes sentirlo. Pruébalo.


Como ser feliz en 4 sencillos pasos

1.   Conócete a ti mismo: Tienes que saber quien eres y lo que quieres. El autoconocimiento es siempre el punto de partida de tus acciones y de tu comunicación. 

2.     Conoce a los otros: Antes de actuar y comunicar, también debes conocer como son los demás. Como aprenden, como se comunican. De esta manera, puedes anticipar sus reacciones. Esto te permitirá construir una empatía y saber como influir positivamente. 

3.  Provoca a los otros: La proactividad, reside en hacer cosas con una intencionalidad sobre los demás, buscando un efecto positivo. En provocar con buena intención, en alegrar a los demás, en ayudarles a conseguir sus metas. La reactividad no te permite aprovechar la empatía con los demás. 

4.     Disfruta con los otros: Si has provocado postivamente, no esperes nada, pero disfruta con la reacción, que te brinden tus conexiones. Cuanto más te sorprendan, más contento estarás.

Este ejercicio espontáneo, repetido en el tiempo, y extendido cada vez a más personas, te hará feliz. Participa de la felicidad de los demás. La felicidad de los demás será como una obra de arte, que siempre podrás contemplar. Lo que también te hará feliz. 


PARA SABER MÁS PUEDES LEER MI LIBRO SABIAS FELICIDADES





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