Wittgenstein no es Frankenstein o el método de la innovación disruptiva

El genial Alan Turing, precursor de los ordenadores actuales, -y hoy en día famoso, por descifrar el complejo código "Enigma" de los nazis-, fue alumno en la Universidad de Cambridge, de un profesor de matemáticas, muy singular: Ludwig Wittgenstein.
Para que Wittgenstein pudiera dar clases en Cambridge, se le aceptó como tesis doctoral, uno de sus libros, el Tractatus, un tratado de lógica con sólo 7 axiomas y menos de 100 páginas. Los examinadores fueron nada menos, que dos eminentes filósofo-matemáticos, Bertrand Russell, autor de la magna obra Principa Mathematica, y  G. E. Moore, autor de los Principia Ethica. A los que dijo con aplomo, pero no sin razón, "tranquilos se que nunca lo entenderéis". Lejos de ofenderse, ambos examinadores consideraron, que la obra del genio, superaba los requisitos de una tesis doctoral y empezó a dar clases en el Trinity College.
Wittgenstein fue un filósofo e ingeniero, bastante raro, valga la redundancia, que en su lecho de muerte aseveró: "diles que mi vida ha sido maravillosa", algo no tan diferente de las últimas palabras de Steve Jobs "Oh wow. Oh wow. Oh wow".  No deja de sorprender un final así para alguien, que vivió según sus principios y sólo con dos obras, revolucionó por dos veces nuestra idea del mundo. 
Trabajó como jardinero y como maestro de colegio, construyó una casa a su hermana en Viena (la Haus Wittgenstein), que ha quedado como un ejemplo de arquitectura funcional. Retuvo una patente del motor a reacción, renunció a su fortuna familiar en favor de sus hermanos y les hizo prometer que nunca se la devolvieran. Fue enfermero voluntario en el Guy Hospital de Londres, durante la Segunda Guerra Mundial. Llegó a ser un habitual de las tertulias de Keynes, y también formó parte del célebre Círculo de Viena.
Siendo soldado voluntario durante la Primera Guerra Mundial, escribió en las eternas estancias en las trincheras, entre tiro y tiro, incluso siendo prisionero, esa obra, que pocos académicos entendían: el Tractatus Logico-Philosophicus
El Tractatus por primera vez se identifica lenguaje con realidad:  "los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo" (§ 5.6). Los hechos poseen una estructura lógica, que permite la construcción de proposiciones (afirmaciones), que los representen. El mundo es lógico, tiene una coherencia interna y un funcionamiento mecánico. Una proposición tendrá sentido, en la medida en que represente un hecho lógicamente posible. Otra cosa muy distinta, es que una proposición sea verdadera o falsa.  También según esta obra, existe una identidad entre el lenguaje y el pensamiento, dando a entender que nuestros pensamientos (las representaciones mentales que hacemos de la realidad) se rigen igualmente por la lógica de las proposiciones, pues: "la figura lógica de los hechos es el pensamiento" (§ 3). De este modo, si algo es pensable, ha de ser también posible, es decir, ha de poder recogerse en una proposición con sentido. El pensamiento es una representación de la realidad y por tanto, esta es aquello, que se puede describir con el lenguaje 
La lógica establece cuál es el límite del lenguaje, del pensamiento y del mundo, y más allá sólo queda lo impensable, lo inexpresable.  Entre esos casos límite del lenguaje, las contradicciones, las bifurcaciones, son puntos de inflexión claros para la innovación.
El Tractatus finaliza con la proposición:  "De lo que no se puede hablar, mejor es callarse" (§ 7). Sin embargo, lejos de callarse, unos años más tarde se puso a investigar sobre el lenguaje humano, desde una nueva perspectiva. Fue en Noruega, donde vivió un tiempo, que desarrolló las notas recogidas como libro, bajo el nombre de Investigaciones filosóficas
Las Investigaciones adoptan el punto de vista de la teoría del significado pragmatista (del pragmatismo lingüístico): no se trata de buscar las estructuras lógicas del lenguaje, sino de estudiar cómo se comportan los usuarios de un lenguaje. Cómo aprendemos a hablar y para qué nos sirve. El significado de las palabras y el sentido de las proposiciones, está en algo tan práctico como su uso y no en una entidad abstracta como la referencia (el sentido) del Tractatus.  El criterio para determinar el uso correcto de una palabra o de una proposición, estará determinado por el contexto al cual pertenezca, que siempre será un reflejo de la forma de vida de los hablantes. Dicho contexto recibe el nombre de juego de lenguaje. Estos juegos de lenguaje no comparten una esencia común, sino que mantienen lo que él denomina, "un parecido de familia". Precisamente, pertenecen a una colectividad y nunca a un individuo solo. De esto se sigue, que lo absurdo de una proposición, radicará en usarla fuera del juego de lenguaje, que le es propio: "el lenguaje es un instrumento. Sus conceptos son instrumentos" (§569). En síntesis: el criterio referencial del significado es reemplazado por el criterio pragmático.
Si la realidad es el lenguaje, la única manera de crear es mediante el lenguaje, mediante la transformación del significado, cambiando conceptos y usos. La innovación no es un proceso físico, sino de lenguaje, de cambiar los juegos de lenguaje, de transformar su uso. De jugar con el lenguaje. 
Mary Shelley, cuando escribió Frankenstein, planteó una innovación, un nuevo ser humano, un nuevo Prometeo, a partir de la combinación de un cerebro y un cuerpo diferentes, para dar vida a algo nuevo. Pero el proyecto salió mal. Quizás algo de QA, hubiera ayudado. Pero lo que nos enseña Wittgenstein, es, que no estas lidiando con una combinatoria de componentes físicos, estas siempre en el terreno conceptual de lo comprensible por el consumidor y de la ocurrencia de uso del producto. La innovación basada en la semántica y la pragmática, es mejor para buscar productos disruptivos frente a Design Thinking proveniente de la resolución de problemas de la antigua IA.
Los clientes no saben lo que quieren hasta que alguien se lo muestra, (Steve Jobs)
Intentar entender los problemas de la gente por si mismos, no conduce a innovaciones disruptivas, al contrario, más bien a la innovacion incremental o innovaciones ad hoc. Nuestro método de innovación semántica, (ya lo introdujimos en el post Las bacterias argentinas y la creatividad especial), que tiene uno de sus fundamentos en Wittgenstein, busca la innovación a la Steve Jobs, ya que los consumidores desconocen lo que les puede ayudar, hasta que no lo ven funcionando. Jobs no tenía ninguna empatía por el consumidor, pero era un consumidor exigente, soñador. Hacía trabajar a sus equipos en terrenos desconocidos y hasta sin salida, buscando lo que nadie podía imaginar. La ambición de Steve era cambiar el mundo, no solucionar problemas. Los valores dan significado al producto.
Las líneas maestras de la innovación semántica pragmatista:
  1. Formalización: Hay que desempatizar completamente con los consumidores, si uno no desea caer en su trampa, en sus percepciones equivocadas, incluso en sus autoengaños. Hay que formalizar una problema, un campo de producto, realizando un mapa con un mismo lenguaje. Un mapa de usos y de significados. En el fondo eso es lo que está en la cabeza de la gente, pero no siempre la gente sabe lo que quiere o sabe expresarlo.
  2. Deconstrucción: El mapa hay que dividirlo en los componentes esenciales. Esta etapa es fundamental. Si no se escoge el nivel de profundidad adecuado para dividir los elementos, la combinatoria no funcionará. Fase que también denominamos decreación.
  3. Combinatoria: Los elementos esenciales, deben ser recombinados entre sí incluso con elementos de otros mapas. Esto puede hacerse de manera guiada o aleatoria, lo que dará como resultado múltiples alternativas. Un acercamiento transponiendo algoritmos genéticos da buenos resultados.
  4. Reconstrucción: Hay que evaluar a las alternativas combinadas y  desarrollarlas teóricamente según evoluciones arborescentes. Los árboles más exitosos, según la métricas de puntuación, serán los candidatos para la siguiente fase. Momento que también llamamos recreación.
  5. Prototipado: En esto, todas las metodologías coinciden. Hay que tener un MVP lo antes posible, para poderlo probar con los stakeholders.
  6. Test: Finalmente, el test del prototipo es esencial. También es muy importante como se define y como se hace. 
Puedes utilizar el camino trazado por Wittgenstein para innovar en la práctica, mediante la transformación semántica, o pretender hacer de tu producto un nuevo Prometeo, cogiendo piezas de aquí y de allá, que la final acabe como Frankenstein, hecho un monstruo. Existe un museo de los horrores de las invenciones. Si no quieres hacer parte de él, elige bien el método.
(Publicado inicialmente en Linkedin)

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